Bajo la brillante luz del sol de la pradera, estaba teniendo lugar una escena impresionante. El bebé hipopótamo, todavía indefenso y valiente, se aleja de su madre.
Mientras tanto, la madre hipopótamo no prestó atención al peligro y caminaba hacia el borde del agua fría, sin saber que el peligro acechaba cerca.
Desde lejos, un gran león macho, con su pelaje espeso y dorado brillando a la luz del sol, olió el aroma de su joven presa. Se acercó cautelosamente, paso a paso, silenciosamente como un fantasma en la hierba. Sus ojos agudos miraban fijamente al bebé hipopótamo, calculando cada movimiento.
En un momento, el león macho de repente corrió hacia adelante. Se movía a una velocidad asombrosa, su pelaje ondeaba al viento y su fuerte cuerpo ondulaba con fuerza.
El pequeño hipopótamo entró en pánico y corrió hacia su madre, pero ya era demasiado tarde. En apenas unos segundos, el león se abalanzó sobre su presa.
Sus afilados dientes se hundieron profundamente en el cuerpo del hipopótamo. Los gritos del pequeño hipopótamo resonaron por todo el valle, pero la madre hipopótamo sólo pudo levantar la cabeza con desesperación, viendo impotente cómo el león sometía a su hijo.
Una vez más, la dureza de la naturaleza queda claramente demostrada: en el mundo salvaje sólo los más fuertes pueden sobrevivir.