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El sol quemó el desierto, convirtiendo la arena dorada en un resplandeciente mar de fuego. El aire estaba caliente y seco como si quisiera quemar todos los seres vivos. El viento soplaba, trayendo un fuerte olor a sol abrasador y hierba seca, con un leve olor a sangre en alguna parte.La silueta de un leopardo se encuentra descansando cuando escucha el sonido de su presa, se inclina hacia su presa y se esconde suavemente junto a la hierba, observando la manada de antílopes pastando tranquilamente.
Su cuerpo tonificado es como un bloque sólido de lava, su pelaje amarillo con rayas negras parece esconderse en el color de la tierra, creando un camuflaje perfecto.
Sus ojos, afilados como diamantes, brillaban escondidos bajo unas cejas pobladas, mirando fijamente a la manada de antílopes. Cada uno de sus movimientos es recordado y analizado por él, como una computadora superior. Su corazón latía con un sentimiento de excitación, un fuerte deseo.
Los antílopes, ajenos al peligro que los acechaba, seguían pastando ociosamente en la hierba. Son pausados, pausados, con cuerpos delgados y flexibles, como crías de ciervo retozando en un jardín de flores. Los leopardos son tranquilos, pacientes, esperando la oportunidad.
De repente, un antílope se separó de la manada y corrió hacia un arbusto verde. Se trata de buscar un lugar fresco para evitar el fuerte sol. Ese era el momento que los leopardos estaban esperando.
Con la velocidad de una bala, se lanzó desde los arbustos, con sus patas delanteras levantadas formando una curva perfecta, lanzando su peso corporal hacia su presa.La atmósfera de repente pareció congelarse. El silencio absoluto lo cubre todo. Sólo el sonido del viento que sopla, el susurro de las hojas y el latido del leopardo todavía resuena en mis oídos.
El antílope dejó escapar un grito estridente, su pequeño cuerpo fue sostenido con fuerza por el leopardo, incapaz de resistir.Ambos animales se acurrucaron en el suelo, en una breve pero intensa batalla. El antílope se convulsionó, indefenso, su delgado cuerpo incapaz de resistir la fuerte fuerza del leopardo.
El leopardo se comió tranquilamente a su presa y sus dientes desgarraron rápidamente la carne del antílope. La sangre fluyó, empapando su pelaje, creando un color rojo oscuro en el pelaje amarillo.El sol de la tarde brilla sobre el desierto, convirtiendo la atmósfera en un horno gigante.
Los leopardos comen a sus presas en silencio, ningún sonido puede romper la quietud del desierto.Después de comer hasta saciarse, el leopardo se esconde en la sombra y duerme en paz. Su silueta desapareció bajo la agradable luz del sol, como un fantasma del desierto, sin dejar rastro.
El desierto sigue tranquilo, sin gente. El viento soplaba, trayendo el olor del sol quemado y de la sangre, como para recordar a todas las criaturas la ferocidad de la naturaleza.Los leopardos, señores del desierto, todavía se esconden silenciosamente, esperando una nueva oportunidad para continuar con su desafiante vida.